Nueva obra de J. D. Álvarez, que nos muestra el lado más oscuro y temible del universo de Peter Pan. En la presentación, celebrada en la Llibrería Catalonia de Barcelona, participaron también los escritores José Vaccaro y Ramón Valls.
Peter Llewelyn Davies, a una edad ya avanzada, finge su propia muerte en Sloane Square con el fin de deshacerse de la sombra de Peter Pan, lastre que lleva arrastrando desde que siendo niño, J.M. Barrie proclamó que había sido su referencia a la hora de crear el personaje de su exitosa obra teatral. Así, Peter se marcha a una pequeña aldea en Escocia, The Little White Bird, cerca de Kirriemuir, para concluir allí sus últimos días en el más absoluto anonimato. Sin embargo, según se van desarrollando las semanas, lo que parecía un lugar apacible, comienza a transformarse en todo un universo de pesadilla atacado por caimanes, cuervos y fantasmas del pasado.
Puedes adquirirlo en la Casa del Libro:
http://www.casadellibro.com/libro-fantasmas-de-kensington/1841305/2900001437613
Biografía
J.D. álvarez
(Madrid, 1974)
Residió gran parte de su vida en el campo, entorno que sirvió de inspiración a su primera novela. A los 24 años, comenzó a trabajar profesionalmente en diversas editoriales como lector y corrector de estilo a la par que estudiaba en la Escuela de Letras de Madrid. Por otro lado, desarrolló la faceta de fotógrafo en distintas exposiciones internacionales como Estampa, Flecha y la galería Espacio Fourquet.
Ha publicado en España la novela El comedor de barro (1997), el poemario Nicotina (2005), el libro de entrevistas a la fotógrafa Ouka Leele, Esa luz cuando justo da el sol, (2006), y diferentes relatos y poemas en las Antologías, “Lo del amor es un cuento” (1999), “Aldea poética II” (2000), “Tic-tac, cuentos y poemas contra el tiempo”(2007), y La Revista de La escuela de Letras de Madrid.
En Bulgaria, ha publicado numerosos poemas en los periódicos literarios La palabra (Думата “Dumata”,) y Kil, (Кил, “Kilo), así como el relato “El tiempo y la guerra” en la antología de ciencia ficción Terra Fantástica, además del poemario “Nicotina”, publicado por la Universidad de Sofía (2010) y la novela Fantasmas de Kensington, editado por la Unión de Escritores Búlgaros (2011).
Luis Alberto de Cuenca, académico de la Real Academia de la Historia
“J. D. álvarez, experto en Barrie como pocos, ha urdido una novela corta o nouvelle, rotulada Fantasmas de Kensington, en la que ubica a Peter Llewelyn Davies en el entorno escocés —la ciudad de Kirriemuir— que vio nacer a su padre adoptivo, y en la que presenta, a caballo entre el sueño, la pesadilla y cierto toque gore muy actual, una serie de personajes reales que evocan a las criaturas imaginarias que pueblan el paraíso (¿o es infierno?) perdido de Neverland: el capitán Hook y las Sirenas, entre otros. El resultado es muy original, y me ha recordado, en lo estilístico e incluso en lo temático, a los plots de Neil Gaiman, el formidable novelista británico, ejemplar guionista del célebre cómic The Sandman. El argumento desplegado por J. D. álvarez me parece revelador, pues hunde sus raíces en la morbosa relación existente entre el creador de un mito literario de la magnitud de Peter Pan y el muchacho —ahora ya un sesentón con instintos suicidas— que inspiró ese mito a raíz de su encuentro casual con Barrie en los jardines de Kensington.
Nadie que se precie de haber disfrutado leyendo las distintas aportaciones narrativas y teatrales de James Matthew Barrie al universo de Peter Pan puede dejar pasar impunemente Fantasmas de Kensington, pues álvarez ofrece en la novela que comienza donde terminan estas líneas un producto de enorme interés para todos aquellos que, como yo, amamos al niño que no quería crecer y nos identificamos con él”.
Silvia Herreros de Tejada (ganadora con Todos crecen menos Peter del VII Premio de Ensayo Lengua de Trapo de Caja Madrid).
“Morir será una aventura formidable” es, en boca de Peter, un canto a su inmortalidad. En el imaginario de J. M. Barrie, la muerte y la eterna juventud suelen ir vinculadas. Una aparente paradoja que yace en la propia esencia de Peter Pan, ya que la fantasía del niño eterno rebosa mortalidad, aunque no lo parezca. En esta novela, Fantasmas de Kensington, uno de los niños inspiradores del mito se crea su propio infierno a imagen y semejanza de su tocayo en la ficción.
Respecto a Fantasmas de Kensington de J. D. Alvarez (por José Vaccaro Ruiz)
La novela de J. D. álvarez se articula en varios planos distintos. En un referente literario (Peter Pan), en la saga familiar de su autor J. M. Barrie que incluye a Arthur y Sylvia Llewelyn Davis y sus hijos, en un espacio-temporal (La Escocia del pasado siglo) y en un protagonista central, Peter Llewelyn Davis. Sobre estos fustes se urde una densa historia entre la fantasía y la realidad donde la catarsis, el remordimiento y la ambición tienen su asiento.
Los personajes secundarios (Margaret, Kittie, Marcus, Dunbar) se mueven con un equipaje de odio y amor y en una atmósfera de fatalismo por un lugar denominado Kirriemuir, con el país de Nuncajamás como telón de fondo. Y en ese escenario el arquetipo del niño que se niega a crecer –el mito de la inocencia eterna, Peter Pan-, dominándolo todo. El contrasentido de ese idílico y literario estado permanente de pureza propio de la niñez, y el exterminio de esa niñez en la vida real es una de las claves de la novela, como presidió la atormentada vida de adulto repudiado de James Matthew Barrie, padre de Peter Pan.
Lo escrito por álvarez no pertenece ciertamente al mundo de los cuentos –aunque: ¿es lícito distinguir entre literatura para adultos y para niños?-. Es una narración cruda, una historia dibujada con trazos de caligrafía inglesa, más bien escocesa diríase, espesa, de pulso firme y pautado, aquella que marca la plumilla al trazar con tinta negra el bucle reforzado de las eles o la tilde de las eñes frente a la caricia de los puntos de las íes.
Cuando uno piensa en Peter Pan no puede dejar de tener otro referente: El Tambor de hojalata, la historia de otro niño que se niega a crecer. Pero en el personaje de Günther Gras, aparte de estar enmarcado en una novela para adultos –otra vez la dicotomía-, destaca el autismo y el rechazo hacia el mudo de los mayores más que la búsqueda y la petrificación de un estado virginal primigenio que mueve al personaje de J. M. Barrie.
De Barrie se ha dicho lo peor: pedófilo, impotente, enano, contrahecho. Y sin duda algo de todo ello lo fue. Pero también capaz de legarnos, en forma de un cuento, aparentemente amable para servir de nana a la gente menuda, la crudeza y la inclemencia que alberga esa infancia tan enaltecida como referente de virginidad y bondad. No hizo otra cosa que seguir la estela, en Peter Pan, de otros ilustres antecesores (Piel de asno, Caperucita, la Cenicienta, Mariquita) donde tras las hadas buenas, los elfos o los príncipes azules están los ogros, las madrastras, el cainismo y toda forma de maldad imaginable.
La crueldad de la guerra (los treinta y siete hombres que el protagonista de Fantasmas de Kensington ensartó con su bayoneta), la matanza de cientos de inocentes, el parto de un monstruo bicéfalo de una perra ciega, el tormento a que es sometido Marcus y que lo deja tuerto, son hitos en la descripción de un mundo plagado de horrores por donde J.D. álvarez nos va llevando de la mano, dominado todo por la geografía, la humedad, la lluvia y la oscuridad.
En un escenario y con personajes absolutamente tangibles y reales, la fantasía pone el acento en destacar y afilar las aristas de la trama. El remordimiento, elemento clave de la novela, se acentúa con tintes fantasiosos y fantasmagóricos aportando uno de los contrapuntos –de los tantos existentes entre el mundo de los adultos y el de la infancia-: la falta del sentimiento de culpa en ésta y el exterminio o la congelación de esa dorada y adorada infancia como únicos medios posibles para preservar su inocencia.
Álvarez ha escrito una narración precisa y ajustada. Al acabarla el lector lamenta que no sea más extensa, pero eso en lugar de un defecto debe considerarse una virtud. Son de agradecer las referencias que el autor hace al mundo literario y real de Peter Pan, a su autor y su entorno familiar, e igualmente la cuidadosa e ilustrada edición del libro, muy próxima a la iconografía gótica.
Un consejo me permito dar para penetrar con más intensidad en la obra: dotarse de una mínima referencia histórica de De Barrie y de su obra maestra, Peter Pan, para poder establecer un mayor puente de complicidad con Fantasmas de Kensington de J.D. álvarez, con los flecos que el autor ha sembrado en el texto como las migas de pan que otro héroe infantil, Pulgarcito, esparcía para reconocer el camino que le llevaba a la casa del comeniños y ser capaz luego de deshacerlo. El conocimiento de la atribulada vida y la obra de quien nos dejó aquella joya literaria, la creación de ese niño con alma de pájaro que huía a los jardines de Kensington –justo donde habitan los fantasmas de J.D. álvarez-, servirá al lector para descubrir los matices y guiños contenidos en la novela y acrecentará su degustación.