Habitantes
15,00€
Ha llegado el momento. Griselda tiene el elevador detenido delante. Corre a girar el picaporte dorado y lo consigue, a pesar de la dureza de su chirrido. Nada más abrir, la cabina parece oxigenarse y se percibe una atmósfera de alivio. Griselda se aparta a un lado para dejar paso pero, antes de que termine de hacerlo, una voz grave, desde el fondo le ordena: “Cierre la puerta. Aquí no se baja nadie.”
(Del relato “Esa extraña libertad”)
Resulta extraño recordar lo que todavía no ha pasado. Ver a Mick Jagger con la sangre renovada que imaginaba le convertiría en inmortal. Observar a través de un vidrio empañado a Horacio Oliveira leyendo Rayuela. Disfrutar del infierno al que Enrique Valle nos mandó el día que fue Dios por un instante. Comprender que Ulises no existió, sino que lo llevamos dentro.
(Del relato “Lasenda”)
Ahora, cuando la tienda y ella son tan solo pasado y un recuerdo, cuando su encuentro ya no es más el motor inconsciente para bajar a comprar leche, Vidal flota en la sensación callada del único abrazo, el abrazo final de despedida, y comprende que, sin haberse dicho nunca hola, ese adiós fue el adiós de toda una vida.
(Del relato “El único abrazo”)
Caminante conserva el oído en perfectas condiciones pero el vecino de arriba, que es de su quinta, está sordo como una tapia. Por eso pone a Miles Davis casi a diario, al máximo volumen posible. El edificio entero se ve invadido por “Time after time”. Curioso título para una mañana de viaje al pasado. Curiosa trompeta recorriendo el tiempo, fulminando la angustia de lo efímero. Curiosa manera de resucitar lo que nunca ha muerto.
(Del relato “La calle mágica”)
Por las tardes, a última hora, terminada su misión cotidiana sin obtener el fruto deseado, pero tranquilos, sin frustración, se recostaban en sus hamacas a contemplar la nada. Ponían sus mentes merecidamente en blanco y entonces, solo entonces, divisaban aquello que buscaban durante el día: el cielo y alguna nube. Percibían el aire con la temperatura exacta de la época del año en la que estaban. Sentían la gravedad de sus cuerpos convertidos en peso, en algo cierto.
(Del relato “Habitantes”)
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