El hombre de Vitruvio

Me río de los pretenciosos que presumen de llevar el timón de sus vidas. De todos los que, adoleciendo de una memoria selectiva y caprichosa, justifican lo que son apoyándose en sus manidas grandezas y se olvidan premeditadamente de sus miserias. Marcelo, como la mayoría de los mortales, lleva una existencia marcada por un destino que no puede controlar y que lo conducirá a lugares que nunca hubiera escogido. La juventud que lo ampara se desintegrará en un día fatídico; el amor perdido le incrustará un odio sórdido en el alma; la impotencia y el miedo lo obligarán a cometer acciones reprobables. La vida, en fin, lo llevará a ser lo que pudo y no lo que quiso. A conformarse con vivir sin amor; a sustituirlo por otros ideales y otras metas. La Arquitectura va a llenar los agujeros de su maltrecha existencia y en su aprendizaje recorrerá un azaroso camino que lo llevará desde los confines de Hispania a la Roma de Augusto para trabajar en el taller del más ilustre arquitecto romano de todos los tiempos. El río de la vida lo zarandeará en sus inescrutables ondas; pero, para esperanza de todos, siempre hay un momento oportuno para llegar a ser lo que no se ha sido.