Mi ortografía demuestra el bajo nivel del profesorado que teníamos en las escuelas de los años sesenta y mi falta de atención en clase por tedio.
¿A quién le interesaba saberse de memoria la lista de los Reyes Godos? Si por lo menos nos hubieran contado sus batallitas, nos habrían entretenido con sus juegos de tronos.
No tuvimos educación sexual. Bueno, la mía fue a mano y parece que no fue una excepción. Ni practicamos ningún deporte, salvo cuando corríamos por el patio del recreo jugando al “tula”, saltando sobre las espaldas de otros al churro, media manga, manga entera y jugábamos al fútbol una clase contra la otra, treinta contra veintitantos, así que había días que no veías la pelota.
Dimos tantas clases de religión e historia sagrada que nos convalidaban el acceso al seminario.
En matemáticas, tras superar la cuenta de la vieja y la prueba del nueve, llegamos hasta la raíz cuadrada, pero porque dábamos la clase junto con la de aritmética.
En geografía, nos enteramos de los nacimientos y los recorridos de todos los afluentes y ríos de la Península, sus cordilleras… sabíamos dónde se encontraban todos los cabos y golfos de España. No como ahora, que salen de su autonomía y se pierden.
Tampoco es igual la Historia que nos contaron a nosotros a la histeria que les cuentan ahora.
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